Por Natalia Cejas
Mariana Enríquez es una de las escritoras argentinas más importantes de la actualidad. Multipremiada y admirada por un gran público internacional, se dedica al género de terror integralmente en su faceta literaria. Es periodista y escribe en el diario Página 12 para el suplemento Radar. Entre sus obras más destacadas se encuentran el libro de cuentos Las cosas que perdimos en el fuego (2016) y la novela Nuestra parte de noche (2019).
Julio Leiva la entrevista para el ciclo Caja Negra. Allí, cuenta sobre sus primeros contactos con lo horrendo, ligados al contexto político opresivo de la dictadura.

¿Seguís pensando que la infancia es cuando más miedo tenemos?
Si, sin duda. Para mi todo lo que me contaban que me daba miedo era totalmente real. Yo no podía hacer esa distinción que hacés después de grande. Si no lo racionalizas y lo interpretas, en muchos casos tenés razón. Además, cuando ese miedo te queda marcado con otros miedos (políticos y sociales) ahí se te arma una pelota que probablemente no resuelvas nunca. Yo trabajo eso en literatura y otra gente lo utiliza en otras cosas.
Hablando de la infancia y de fantasmas: sos de zona sur, una zona de fábricas abandonadas, un cordón industrial de la provincia de Buenos Aires que de a poco se fue desmembrando ¿Cómo era esa infancia, sobre todo en una época de terror como fue la dictadura? Alguna vez te escuche decir que tu casa era una casa en alerta y que vos vivías ahí en esa zona en un tiempo de terror y en una casa en alerta.
Si, era un poco así porque mis padres no eran militantes ninguno de los dos pero ambos tenían amigos militantes. Entonces todas las conversaciones en casa eran con el presupuesto de saber que estábamos viviendo una dictadura y estaban matando gente. La orden hacia mi era: “no digas nada de esto”. Yo iba a una escuela de monjas además, porque mi mamá tenía la teoría, creo, que si me mandaba a una escuela del estado me iban a inculcar aún más el nacionalismo que con las monjas. No sé, se le ocurrió…
Prefería la religión al nacionalismo.
Si. Hay unas fotos re cómicas, porque me bautizó a los cinco años: hay un montón de bebés y yo con cinco años.
Ese era el ambiente de casa como super misterioso. Yo recibía toda esa información, pero mi sensación no era que se estuviera viviendo una guerra ni nada que se le parezca. Quiero decir: ¿si hay un montón de muerte dónde está? Bueno, como fue la dictadura, sobre todo para la gente que estaba en esta posición de tener la información pero no estar ahí.
El barrio, Valentín Alsina, es un barrio donde hay un montón de fábricas abandonadas. Yendo hacia el corazón del barrio está la fábrica de Campomar que fue aparentemente un campo de concentración, o lo están investigando. Era bien denso. Yo eso no lo sabía en ese momento, pero ya las fabrica abandonadas tienen algo muy de asesino serial ¿no?
Y la época (años setenta, ochenta) también tenía algo muy de película de terror de sábado a la tarde. Te pasaban El perro diabólico, cosas así. Ese cine clase B. Yo vivía en ese mundo muy turbio. Después me fui a vivir a La Plata, que también es una ciudad que tiene toda su mitología misteriosa: los masones, el trazo que tiene. A la catedral (que supuestamente no la terminaron porque se cae por el peso) las estatuas de la plaza de enfrente le hacen cuernos con las manos…
Podés ver la entrevista completa aquí
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