por Gianluca Autiero
Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver cantó un sabio español, pero uno que es argentino y terco insiste en que su caso va a ser diferente, y tiene razón.

Península Valdés le escapa a todo; a la lógica del no retorno, al abrazo de su madre Chubut que nunca llega a tomarla del todo y también, al paso del tiempo.
Importan poco, en un lugar como este los negocios carísimos del centro que te tiran peluches por la cabeza a precio internacional, tampoco los carteles bilingües, ni la gente que va y viene sin pena ni gloria; modelos desfilando en una pasarela que se lleva todas las miradas.
Tampoco llega a decir lo suficiente el reconocimiento de la UNESCO que le dice que es Patrimonio de la Humanidad.

Lo realmente único de Península es el saberse en un lugar donde orcas, ballenas, focas, pingüinos, lobos marinos, guanacos, zorros, aves y más, se sienten cómodos de existir. Donde el sol, la luna y las estrellas se funden con la arena, las rocas y los acantilados en la canción del viento, y a sus lados, dos golfos les hacen de segunda voz.
Una geografía que le hizo compañía feliz a dinosaurios, animales, a bichos de campo, peces de ciudad, a un nene de ocho años y a un casi grande de veintidós, y que promete a quien se anime a visitarlo mostrarle una magia que no se borra con los años y que lo invita a volver
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